Lectura Porteña.-
"Canciones punk para señoritas autodestructivas"
Es un libro de cuentos que marca el debut literario de Daniel Hidalgo (Valparaíso, 1983). En él se intenta dar una visión de la realidad de su ciudad natal alejada del discurso concertacionista del puerto como ciudad cultural para dar cuenta de un revés perverso. Continúa leyendo el texto en el que Víctor Quezada trata de hablar de dicha intención.
La mañana
Entrar en lo cotidiano implica despertar. Entre el abandono a los gestos imprecisos, al “relato atónito del sueño” y la búsqueda de los “géneros que ordenan el mundo” (Steimberg). Despertar es contar; una cadena constante de narraciones que se interrumpe en la noche.Los relatos
Hay libros que simplemente no despiertan al tránsito del mundo. Otros, en cambio, figuran su irrupción desde una total oposición; en los que se hace necesario reconsiderar la grilla de los relatos cotidianos. O a través de pequeñas trasgresiones (al circuito topográfico y temporal del día a día): con personajes devastados, en lugares no menos devastados. El personaje se desvía del camino en algún momento y accede al dorso de lo cotidiano.
Una manera de decir
De ahí la “pretensión” de la instancia autorial: constituir un sujeto conciente de la dimensión política de todo discurso; constituir una “manera de decir” que sea, a la vez, “una manera de ser” (Maingueneau), el tránsito hacia una verdad en la que converjan autor y lector, cierta difusa comunidad.
La ley del género
¿No se trata de denunciar la opresión que vivimos en el mundo, mostrar la cara fea, el revés de las imágenes hegemónicas? O superponer otras a las vigentes, para en ese contraste suscitar no sé qué especie de vergüenza.
Algo sí como: “No se puede no obedecer las leyes del género y tampoco no infringirlas” (Derrida – La ley del género).
Moralizar
Narrar es moralizar la realidad, “identificarla con el sistema social que está en la base de cualquier moralidad imaginable” (White, 29).
Los grandes relatos
¿Cómo entendemos dicha aserción?, sobre todo si pensamos en la idea recurrente de la caída de los grandes relatos en el orden social y político. Y en literatura, la pérdida de la inteligibilidad de la narración, la disolución de los grandes marcos que definían cierta legalizada manera de ser. Hay una literatura que ya no es posible, una historia falsa.
La pre-historia
Hay una construcción que trata de diferenciar lo bueno de lo malo, en alguna perspectiva, pequeña (contingente) o más general (según los ideales de la sobrevivencia o la justicia).
No hay propuesta narrativa sin una dirección, sin una construcción de sentido que intenta hablar sobre la realidad o –en una instancia riesgosa- confundirse con los hechos.
Silencio, hospital
La resolución de la historia: Rubén lleva a su madre al consultorio. No la atienden y muere. Antes, sorprende al doctor y una enfermera que le practicaba una felación. Los obliga a atender a la madre. Nada, ella muere. Rubén apunta con una pistola al doctor de turno: “se escucha un fuerte disparo en todo el recinto” (Hidalgo, 86), se suicida. Antes, el discurso y el patetismo: “¿Este es un trabajo decente para ustedes? ¡No somos animales! ¡Somos personas! […] No tengo dinero. Lo sé. Trabajo para mantener a mi hija, aunque su padrastro le aporta más que yo. Mi vieja recibe una jubilación de mierda, pero es digna y honesta. ¡Ella no merece morir esperando su turno mientras usted se culea a esa puta, doctor! (85)”.
Una historia falsa
Hay una literatura que ya no es posible, una historia falsa, una literatura conservadora. Y en este sentido, maneras de decir que se emparentan con ciertas ideas e imágenes mediáticas de lo que se llama dignidad y honradez. Discursos prefabricados cuya relevancia en la sociedad se reduce a su repetición, gracias a la que ganan performatividad (valor realizativo).
Al día siguiente, en la mañana, los periódicos: “no faltarían quienes hicieran sus análisis sociales sobre el lumpen y el rol del gobierno. ‘MATANZA EN EL SAPU’, titularía El Mercurio de Valparaíso. ‘LOCO ARREMETE EN CONSULTORIO’, saldría en la portada de La Estrella. Las versiones cambiarían. En unas, Rubén Soto era un delincuente drogadicto. En otras, un demente” (86).
Por Victor Quezada.
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